El dolor es inevitable y la tristeza es opcional decía Buda. Que cada uno coja su Cruz y me siga decía Cristo.

No somos muy amigos del dolor. Con una mente programada para evitarlo y una creencia colectiva casi ideológica del derecho natural al «no tengo porqué soportarlo o aguantarlo» se hace especialmente difícil hablar de dolor en nuestra sociedad.

Aceptar el dolor inevitable y no provocar dolores de naturaleza evitable parece ser el camino que nos han apuntado desde hace muchos siglos.

No ser fuente de dolor o sufrimiento para nadie y saber aceptar el dolor que aparece en la vida con carácter inevitable.

De saber aceptar nace el saber consolar.

Cuando vemos sufrir a otros en muchas ocasiones no sabemos que hacer o decir. No sabemos consolar.

La misericordia como sabiduría de vida trabaja de la mano con la compasión. Saber padecer para saber comparecer.

Para consolar debemos ser consolados y existen dolores humanos que otro hombre no puede consolar si a su vez no ha sido antes consolado. La fuente de ese concreto consuelo sólo Dios la da y quien la experimenta es capaz luego de consolar desde el espíritu y entonces, podrá llevar a la fuente de ese consuelo a otros.

Cuando creemos que lo podemos todo nos damos cuenta de lo poco que podemos. En el mundo el dolor seguirá existiendo hasta el fin de los tiempos y a todos nos afectará de una manera u otra. Sería muy conveniente aprender a consolar y aprender del gran Maestro que es el mismo Dios. Más si poco o nada sabes de EL e incluso lo negamos mal vamos a aprender.

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