Se puede estar en medio de una gran experiencia  para todos los sentidos, una fiesta, pasarlo bien y repetirlo cada semana y pese a ello en lo más profundo estar inundado de una apatía y desgana general que redunda en una tristeza profunda e inexplicable para la mente.

Se puede disponer de toda una vida por delante, de los medios más básicos de subsistencia, del amor y el reconocimiento de los tuyos y en el fondo sentir un vacío que nada ni nadie lo puede llenar.

Se puede uno llegar a creer que esta existencia cargada de desesperanza es normal y lógica y consecuente con las circunstancias que nos ha tocado vivir. Se puede una llegar uno a creer que tiene que ser así y que no se puede cambiar.

Puede que los demás lo vean de igual manera y consideren que poco o nada pueden hacer para aliviar la tristeza existencial de quién así vive.

La pérdida de la Esperanza.

Durante generaciones nos han puesto por escrito y nos han enseñado el camino de la plenitud.

Pero hoy, una mente encerrada en su propias creencias, que desconoce y desdeña esas experiencias de sus ancestros, busca lo que ya se encontró y rechaza lo que ya tenemos por el mero hecho de no ser propio.

Con el tiempo miraremos hacia atrás y veremos lo sordos y ciegos que estábamos al tener delante todo lo que necesitábamos.

En cada siglo ha existido una generación que se ha sentido así y siempre hemos seguido adelante, pues de todo se aprende.

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