Como un corralito, el respeto se  ja erigido en guardián de un conjunto de cualidades, características y circunstancias que deseamos proteger y consideramos que no deben ser dañadas por otros. Faltar al respeto es invadir ese espacio intangible de lo mío.

Faltar al respeto es la acción del que conscientemente invade el espacio de lo mío y se toma la libertad de agredirlo.

Hay que enseñar respeto decían los mayores.

Nos quejamos de que ahora no se respeta nada o casi nada.

El respeto nació en el corazón, pero de él se apoderó la mente que lo convirtió en ideología. Se respeta tan sólo lo que es como yo y no se respeta lo que es diferente. Para muchas mentes el respeto es tan sólo una arma defensiva. Para el corazón era un regalo y un servicio al prójimo.

Al grito «que se jodan» (perdón por la grosería) la mente justifica todo ataque a lo diferente o distinto de mi «Yo».

Llevar el respeto al corazón requiere un proceso reeducativo que para muchas personas es difícil de llevar a cabo ante el desconocimiento de sus capacidades.

Las faltas de respeto irán creciendo si seguimos empeñados en educador tan solo la mente, desconociendo la fuerza e inteligencia del corazón.

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