POBRES DE ESPÍRITU.

Esta descripción siempre me llamó la atención. En Desarrollo Personal la palabra «pobre» como que no encaja en las disciplinas y enseñanzas a las que acuden miles de personas. Salvo en Inteligencia Espiritual.

Se trata de una actitud. La actitud que encierra todas las demás. Sería como la cima del monte conquistado.

A largo de la historia los más ilustres representantes de esta actitud fueron hombres y mujeres alejados y apartados del mundo. Parecería que para alcanzarla tendrías que ser un anacoreta.

Hoy sabemos que es posible vivirla en medio del mundo, en la vida cotidiana ordinaria.

Ser «pobre de espíritu» comienza en el momento en que de manera profunda e íntima reconocemos que sólos no podemos, que con los demás tampoco y que el mundo es insuficiente. Que necesitamos ayuda.

Esta actitud es de cuño cristiano en Occidente.

Frente a ella está la actitud de autosuficiencia.

Las ramas, hojas, flores y frutos se inclinan ante las raíces que nadie ve pero que son el origen y sustento de lo que se ve.

Reconocer la fragilidad de nuestro SER y solicitar la continúa ayuda y asistencia de todo cuanto mi mente no puede alcanzar a entender como es la SABIDURÍA. Reconocer que somos capaces del desamor e invocar la presencia en nuestro corazón del AMOR. Buscar como META la VERDAD para ser su testigo. Prestar el cuerpo, la mente y el espíritu a quien, como las raíces del árbol, nos sostiene para ser LUZ en el mundo con los frutos de la «pobreza de espíritu».

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