PERFECTO.
Lo queremos todo perfecto.
Queremos que todo nos salga bien.
Queremos hacer las cosas bien hechas.
Suelen ser paradigmas de comportamiento inculcados como necesidades básicas y necesarias.
Estar guapa/o, con el peso ideal, el sueldo perfecto, la casa bonita, los hijos maravillosos, con dinero suficiente, salud de hierro, rodeados de bienestar, respetados, con éxito, prestigio, buen trabajo, sin ruidos o molestias…y así podemos incorporar algunas perfecciones más.
Estas expectativas, estos deseos son la fuente de la ansiedad y la depresión.
Tengo pocos deseos y los pocos deseos que tengo los deseo poco dicen en Zen.
En Desarrollo Personal aprendemos a aceptar que todo lo que ocurre en la vida tiene un sentido trascendente, es decir, que nos trasciende y que sólo con una mirada sobrenatural de los acontecimientos podemos ayudar a la mente a entenderlos.
Intentar racionalizar el infortunio sólo genera tristeza o ira pues la mente tenía claro su meta que ahora se incumple. El consuelo sólo puede venir del corazón y debemos saber utilizarlo.
El perfeccionismo es la fuente de todos nuestros estados ansiosos y depresivos.
Realizar lo que hacemos con perfección humana, es diferente a pretender que todo en la vida me vaya bien. ¿Y que hay de malo en querer lo mejor?: Que se basa en una ilusión y es preferible vivir de hacer lo mejor. Quien vive sólo de querer puede olvidarse de hacer. Hacer lo mejor en cada momento e instante de nuestras vidas es hacer con los demás lo que nos gustaría que nos hicieran a nosotros y no hacer lo que no nos gustaría que nos hicieran.
Si vivimos pendientes de que la vida de los demás sea perfecta, como la de nuestros hijos e hijas, nos provocamos de antemano una futura desilusión.
Vivir en lo imperfecto y hacer cada instante perfecto es una sabiduría que se aprende enseñando a la mente y utilizando la Inteligencia Cardíaca.