La inmensa mayoría de nuestras conversiones no son conscientes.
Somos de un equipo de fútbol o de un partido político sin saber, ni cuando, ni como, tomamos la profunda y consciente decisión de asumir las ideas o los colores que ahora defendemos.
Vamos tomando afiliaciones que en el futuro conformarán nuestra personalidad y no somos conscientes del momento exacto en el que tomamos la decisión de hacerlo.
La profunda consciencia y voluntad para lo espiritual, salvo excepciones, es también así. Quienes como padres quieren que sus hijos decidan en el futuro, por una decisión consciente y voluntaria, optar a una vida espiritual y religiosa, dejando para otro momento el rito iniciático, están provocando con esta decisión un «analfabetismo espiritual» difícil de superar en el futuro.
Nos hacemos poco a poco. Las conversiones conscientes no suelen ser frecuentes.
Si queremos que nuestros hijos obtengan la educación espiritual cuando sean mayores de edad y sean conscientes ,más bien les estamos privando de esa futura opción, que en la mayoría de los casos no se producirá al no contactar con esta realidad en los ocho primeros años de vida.
Los ocho primeros años de vida son profundamente importantes para el desarrollo humano en su consciencia, la generación del subconsciente y la generación de sombras, al igual que las facultades intelectivas.