«No se hacer otra cosa que trabajar»
Hay quien hace de su vida su trabajo.
Le echa horas y horas.
Cuanto más se trabaja más responsables nos podemos llegar a sentir.
La cultura del trabajo caló de tal manera que quien no trabaja pudiendo hacerlo no es bien visto.
Trabajar es el destino del hombre para muchas mentes.
El trabajo aporta valores sustanciales y le convierte en cooperante de lo creado. En esta contribución a lo que no hemos creado por nuestra propias manos y mente está una de las labores más bellas sobre la tierra, cooperar a la creación del mundo. De ahí que algunas culturas y religiones consideren básico y necesario el trabajo. El trabajo dignifica al hombre y la mujer en este sentido de cooperación
Pero los trabajos a lo largo de la historia han representado la esclavitud y la explotación para muchos seres humanos, mientras que para otros se ha convertido en la obsesión de su vida o la costumbre más arraigada y de la que no se puede desenganchar en esa frase de «no se hacer otra cosa que trabajar».
La creencia de que un trabajo lo es todo ha calado y la mente busca ese trabajo hasta conseguirlo con seguridad y permanencia depositando en él la mayor parte de sus esperanzas. Conseguir un trabajo fijo y para toda la vida.
El trabajo acorta tiempos de calidad para uno mismo, la familia, el ocio…y provoca con ello la aparición de conflictos.
Para muchos, la mayoría, el trabajo es una pesada carga.
En Desarrollo Personal el trabajo se convierte en cooperación, deja de ser carga y en un desempeño eficaz deja tiempo para lo que verdaderamente importa. Aprender a desarrollar estrategias mentales y emocionales para que el trabajo sea en su justa medida es un sabiduría que se aprende. Alinearlo con nuestros valores es también fuente de bienestar y crecimiento personal.