Quien ha experimentado el viaje al centro de la tierra, tomando con permiso de Julio Verne el título de  su novela, sabe a partir de ese momento que existen dos mundos. En uno vivimos todos, en el otro se puede entrar, pero no quedarse a vivir mientras se habita sobre la tierra.

Es cuestión de permanencia. Hay quienes nunca han entrado, o quienes lo han hecho y no saben donde han estado, hay quienes lo vieron, lo sintieron y se olvidaron o rechazaron, hay quienes entraron y lo aceptaron, entre estos últimos hay quienes no vuelven y quienes lo hacen de continuo, entre estos, se distinguen los que lo hacen de manera más permanente y quienes lo hacen de manera más esporádica. Este es el camino personal, la verdad personal de cada uno en el camino espiritual junto con lo que experimenta cada vez que cruza el umbral del mundo espiritual.

Más quien con frecuencia lo visita y quien adopta sus reglas en el mundo terrenal pronto experimenta la “dualidad”, es decir, la existencia permanente en su vida de los dos mundos. Quién ha tenido la experiencia de oír, ver y sentir el mundo espiritual se convierte automáticamente en un peregrino del mundo terrenal que camina por la vida esperando la llegada del momento en que pueda abandonar esta tierra para retornar al mundo que lo creó y lo dejó venir a la tierra para que aprendiera y elevara su consciencia, hasta su encuentro con su creador, El Creador, Dios.

Son miles, sino millones, aunque solo se conoce el testimonio de unos cuantos cientos, los más divulgados, los que han experimentado esta vida dual entre el mundo terrenal y el mundo espiritual. En todas las culturas y religiones existen testimonios, algunos muy venerados y respetados, de estas personas a las que solemos llamar “místicas”.

Nuestra mente juzga a los místicos desde un  plano puramente mental, en la mayoría de los casos, rechazando y etiquetando sus experiencias. Hay quienes  los acoge con el corazón y los respeta y admira, más no logra aprehender toda su experiencia. Hay quienes les tienen miedo, les juzgan y eliminan pues ponen en peligro el “orden” de este mundo terrenal, un “orden” muy mental y racional y nada espiritual.

Los místicos son los guías, verdaderos maestros para poder adentrarse en el mundo espiritual, verdaderos sherpas. Quien tiene la dicha de encontrar a un místico y ser acompañado por él hacía ese mundo interior que todos tenemos dentro completará su formación en la tierra y dotará a su desarrollo integral del conocimiento y la sabiduría necesaria para trascender.

Para identificar a un místico es necesario tener el corazón activo en la inteligencia cardiaca, de lo contrario podemos caer en manos de falsos profetas y maestros que solo nos sugestionan a nivel mental y emocional. El verdadero místico abre su corazón y el nuestro tiene un encuentro con él formando una alianza de amor que sólo se siente y que no se puede describir con palabras.

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