RENDIRSE
«Estoy rendido», «Me rindo», «No puedo más».
«Rendir un homenaje a alguien.»
Que palabra más curiosa. Culturalmente anclada en el mundo bélico supone la derrota, el fracaso después de una batalla o una guerra.
Representa el reconocimiento de un proceso, un camino andado que ahora llega a su final.
Nos rendimos cuando no podemos más. Cuando reconocemos, es decir, nos damos cuenta o tomamos consciencia de nuestras limitaciones, de que hay algo o alguien superior que nos ha podido y vencido.
«Nunca se rinde» dicen del luchador.
«Te rindes muy pronto» dicen del que al poco tiempo o esfuerzo abandona.
Más la sabiduría incausada que lleva la rendición es el regalo de la vida que muchas veces pasa desapercibido por falta de consciencia.
Pues el cuerpo como limitado sabe cuales son sus límites y sabe que rendirse es la garantía de sobrevivir. Es para el cuerpo el reconocimiento de su esencia limitada. Ha de rendirse para sobrevivir.
Rendir los sentimientos es esencial pues no están para perdurar dado que las emociones por naturaleza son efímeras y mantenerlas en el tiempo es ir más allá de su esencia y naturaleza.
Rendir la mente, por no decir la razón es una virtud que pocos cultivan y es fuente y signo de sabiduría.
Quien se rinde de manera consciente está en diálogo y contacto con su esencia y por tanto no la reconoce como derrota sino como justa acción y respuesta al momento presente, al ahora.
Quien se rinde de manera inconsciente está emitiendo un juicio que automáticamente se desencadena para poner fin a lo que juzga imposible.
La diferencia es vital.
La sutil diferencia del que se rinde desde la consciencia y del que se rinde desde la inconsciencia es la emoción que se desencadena una vez rendidos: El consciente está seguro. El inconsciente varía entre la tristeza, la ira, el hartazgo, la sorpresa…
Preguntémonos que sentimos cuando nos rendimos para saber desde donde lo hemos hecho.
