La medida del Plan es a jornada. Es su escala.  Carpen Diem, dicen algunos, vivir el momento. Vivir el ahora que para algunos se ha convertido en toda una filosofía de vida y que inunda nuestros deseos de paz y serenidad. Pero vivir el ahora sin planificarlo con la suficiente antelación puede presentar inconvenientes en el camino.

Tomar conciencia de las dificultades del camino será el primer trabajo de cada día. El HACER-HACER o e HACER-TENER en el que hemos sido educados y en el que está organizada la sociedad nos lleva a tener que dedicar mucho tiempo de nuestra vida a estas facetas sociales y económicas que sustentan nuestras vidas. Para SER, para lograr mantener esa vida espiritual que ahora estamos intentando desarrollar en el siglo XXI, es necesario tomar conciencia cada día, cada jornada, del lugar en el que nos encontramos, de la parte del camino que nos toca vivir.


Será conveniente entonces introducir por las mañanas un momento de serenidad para poder contemplar el paisaje del día: reuniones, compromisos, horarios,  trabajos, recados…todo cuanto “Tengo que hacer”. Aquí  aparece una actitud que debemos fomentar y cuidar que es, “saber decir no”. Salvo situaciones excepcionales, tenemos que aprender a decir no a todo aquello que no forme plan del plan de acción, de la agenda del día. O dicho de otro modo focalizarnos en lo que hemos planificado en hacer.



Una vez que tenemos claro los hitos del camino tenemos que colocar nuestro Ser en el medio. Buscar ese momento que será para mí, sólo para mi, ese momento de tiempo y espacio en el que durante unos minutos podré volver al ser, al centro de lo que soy, con el objetivo de ir perfeccionando la ruta neuronal y la biología del aprendizaje precisa para que la Inteligencia Espiritual vaya encontrando su asiento como hábito, costumbre y finalmente carácter.

La agenda espiritual no va más allá del día. Planificar la jornada. Para vivir cada instante como si fuera el último, como si mañana no existiera, centrado en lo que tengo que hacer ahora y con la confianza puesta en que lo que mañana venga será otra jornada igual que ésta, en la que tendré que estar atento a lo que hago.

Fijar claramente el momento, el tiempo y el espacio que establecerá a lo largo de la jornada, o varios de ellos, ya lo veremos más adelante, en los que pararé de hacer, y comenzaré a ser. En los que provocaré a mi mente para crear las ruta neuronales precisas para el desarrollo de la Inteligencia Espiritual que preciso.

Decir no a todo cuanto pueda desbaratar el plan de la jornada requerirá un aprendizaje muy especial para convertir la vida en una piedra inamovible de normas y hábitos. Nunca por encima de las personas. Tenemos que desarrollar la habilidad, intuitiva, de cuando saber dejar hacer, para identificar otro hacer, que aún cuando no estaba planificado requiere nuestra atención dejando a un lado lo que me ocupaba sin sentimiento de culpa o resentimiento.

Decir que no a todo lo superfluo, lo banal, lo que puede ser delegado, lo que se puede agendar y aplazar y darle la bienvenida a lo que pueda surgir de improvisto como un regalo para el aprendizaje. Desarrollar nuestra capacidad de sorprendernos hará de la vida, de cada día, de cada instante un momento único e irrepetible que sabré saborear en toda su intensidad. Para ello necesitaremos practicar la atención plena y precisamente los momentos para nuestro Ser, para nosotros, son un gimnasio de atención plena.


Planificar la jornada poniendo en el centro lo más importante, nuestro SER.  

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