CRONICAS DE UN PUEBLO XIII.
Hay algunos, la mayoría, que no han salido del pueblo en la vida. Ni han viajado nunca, como mucho a la capital para hacer alguna gestión o al hospital, pero más nada, me dicen.
Algunos reconocen que de jóvenes era su anhelo; conocer mundo. Que las historias de otras tierras y gentes les apasionaban y ardían en deseo de aventuras y misterios. Pero todo aquello pasó. Te casas, tienes hijos y la vida va haciendo surgir el camino, afirman. Ahora los jóvenes pueden viajar y ver y conocer y cuando vuelven al pueblo a contarte su logros y sus penas resultan que son las mismas que tenia yo cuando era joven, reflexiona uno de los mas ancianos. Preocupados por el dinero, los hijos, enfermos, dolidos…o llenos de satisfacción por las cosas buenas que les pasan. Es decir, concluye el anciano, más de lo mismo y para ese viaje no hacen falta tantas alforjas, sentencia.
Ayer en la noche una mujer madura mirando al cielo suspiraba y decía que el único viaje que merece la pena es al centro del universo, que desde allí podría verse todo, absolutamente todo. Pero que nadie sabía donde estaba el centro del universo. En ese momento el anciano mas callado el pueblo, el más silencioso y meditativo, al que aún no le había oído hablar dijo: «el centro del universo está en tu corazón, en nuestro corazón». Todos callaron, se produjo un silencio profundo y cada uno poco a poco se fue levantando de la silla y dando las buenas noches marchó para su casa. Sólo quedó el venerable anciano al que me atreví a peguntar: «¿Cómo va a ser el centro del universo el corazón? A lo que me respondió poniéndose un dedo sobre los labios pidiéndome silencio y mirando hacía las estrellas me pidió que escuchara el latido de mi corazón. Estuvimos asi un buen rato. Entonces a medida que el latido del corazón era cada vez más consciente, me invadió una paz y seguridad que me hizo cerrar los ojos y una lágrima calló de cada ojo mientras sonreía de gozo y plenitud. Al cabo de un rato que debieron ser como veinte minutos el anciano venerable me puso la mano en el hombro y me dijo:
«El viaje que acabas de hacer lo han añorado reyes y sabios desde los inicios de los tiempos pero su mente, su razón y su orgullo les impide comenzar el camino. Solo los sencillos y humildes de corazón pueden caminar, hacer el camino. Recuerda, el centro de todo tu universo es tu corazón. «
Marchó el anciano venerable. Combatió en dos guerras, estuvo en varios campos de concentración. Perdió a su mujer de cáncer. No tiene hijos. No se volvió a casar. Abandonó el pueblo y regresó al cabo de años sin que nadie sepa donde estuvo. Todos le respetan por su sabiduría. Pero sobre todo por el gran corazón que tiene. No tiene nada más que su palabra un pequeño huerto y una paga que le queda como pensión dicen.
Al día siguente le visité. Me sonrió y me puso un vaso de agua clara de su pozo y durante un rato contemplamos en silencio su huerta. Dolce far niente.