CRONICAS DE UN PUEBLO VIII.

No hay pueblo sin agua. Todo pueblo tiene sus orígen en un asentimiento en el que se disponía de rio, lago, laguna, charca, manantial, pozo…pero el agua es fundamental para la vida y así se decidia el asentimiento, por la cercanía del agua.

Este pueblo tiene rio. Un precioso rio que discurre cerca y que es visitado para su disfrute y la pesca ahora y que en su día conoció el aseo y la colada, así como las jarras y jarrones para transportar agua a los bidones, depósitos y aljibes.
El rio imprime carácter al pueblo. Trae y lleva cosas. Conoce en sus fondos oscuros secretos de quien a él se los arroja. Ha sido testigo de juegos infantiles y de la adolescente desnudez de quienes de noche se bañaban o de los domingos familiares a su vera en un compartir alegrías, penas y sobre todo pan y viandas. A visto la muerte de cerca de quienes por imprudencia, accidente o voluntad la encontraron con él. Alberga suculentos peces y los cánticos de las ranas en primavera. Es vida.

El rio de la vida. El lecho del rio como el cuerpo siempre permanece, aunque cambiará con los años. El agua como pensamientos y sentimientos que pasan dejando poso y trayendo cosas.

El rio fluye. FLUIR, aprender que el rio no es el agua, ni los pensamientos y sentimientos. Que tampoco es el lecho y surco, ni el cuerpo. Que el rio es más que la suma de ambos. FLUIR es contemplar. Así son los paisanos con su rio: contemplativos de su discurrir y contemplativos de la vida.

Todo pasa, dicen, todo se lo lleva el rio y todo lo trae, afirman.

Aprender a FLUIR es aprender a vivir. Y aquí de esto último saben mucho.

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