VIDA ESPIRITUAL EN EL SIGLO XXI (V): VIVIR EN EL ESPIRITU (I)


Tendemos a separar, nuestra mente es la gran separadora, a ello nos ayuda el cuerpo y la materia que nos hace parecer entes separados, independientes. Más al ser la energía nuestra verdadera esencia podemos llegar más fácilmente a la conclusión de que no estamos tan separados.


El concepto de “Mentes Conectadas” que ya está presente en los estudios neurocientíficos aporta los datos y las pruebas de que esa unión entre todos a través de una invisible red energética es posible. Lo que los cristianos llevamos siglos manifestando a través de la “Comunión de los Santos” es acogida por la ciencia como una potencial posibilidad con pruebas ya constatadas.


En la vida espiritual nos puede parecer, así lo hemos aprendido, que por un lado están las prácticas ascéticas y místicas y por otro lado la vida. De hecho la mayor parte de las reivindicaciones de los siglos pasados era separar Iglesia y Estado, lo que se logró y es natural que así sea. Pero esta manera de pensar nos aportó una visión separada de la vida espiritual, como si lo espiritual es lo que tú o yo, cada uno, en su casa, en su intimidad practicara y por otro lado está nuestra vida social en la que las manifestaciones de las prácticas espirituales no tienen cabida al pertenecer a la esfera privada de cada persona. Siglos de imposición e inquisición han logrado mantener esta creencia de separación entre lo espiritual y lo humano. El racionalismo ha supuesto durante siglos la separación entre mente y cuerpo, entre mente y espíritu. La razón, se elevó a los altares, se bendijo y es la diosa que gobierna la vida de millones de personas, mutilando así sus capacidades, que van más allá del uso de la mente para obtener pensamientos.


Como ser espiritual la mujer y el hombre llevan su espiritualidad a todo lo que tocan y hacen. Ahora bien, la diferencia entre unos y otros está en el grado de consciencia y de desarrollo.


La mayor parte de la gente es inconsciente a su espiritualidad. Encerrada en su mente o en su cuerpo, o en ambos a la vez, puede permanecer ajena a su realidad espiritual hasta su muerte física.


Quienes han despertado a su realidad espiritual y han emprendido el camino del crecimiento espiritual pueden caer en la trampa mental de la separación y guardar celosamente su incipiente sabiduría espiritual para sí, marcando una línea entre lo que practica, lo que cree y lo que vive.


Nuestra vida espiritual consciente es omnipresente, lo inunda todo, el trabajo, la familia, las relaciones sociales, lo que digo o lo que hago. Está siempre presente en mí. No obstante puede ser más o menos consciente en cada momento del día y por ello tengo que estar continuamente observando y alerta para rectificar en cada momento pues volver a “dormirse”, volver a la vida inconsciente es muy habitual. O dicho de otro modo, mantener una plena consciencia durante todo el día requiere un entrenamiento y unas habilidades aprendidas.




El “darse cuenta” se convierte entonces en la actitud básica. La que me permite verificar si en cada momento lo que hago lo hago en atención plena al momento presente, desde el corazón o la mente, más dormido o mas despierto…Entonces podré rectificar, podré volver a la consciencia, podré volver al corazón, podré aquietar la mente, podré volver al centro de serenidad y paz que somos, pues me he dado cuenta de que estaba con el piloto automático, perdiéndome el presente, actuando con mis creencias, pensando y no sintiendo…Y será en ese proceso de “darse cuenta” donde encuentro, como el hijo pródigo de la parábola, el momento de volver a casa. En el cristianismo se denomina la “rectificar la intención”.


Cuando logramos vivir conforme al espíritu que somos y lo aplicamos en cualesquiera tareas de nuestra vida los resultados son evidentes a los que nos rodean, que comienzan a percibir la luz que irradiamos y la paz y serenidad que desprendemos.


La coherencia con lo que realmente somos se convierte entonces en una necesidad. Estamos dotados de las herramientas adecuadas para darnos cuenta y rectificar la intención. Entrenar al observador para que se cuenta y entrenarla voluntad para que rectifique son dos aspectos de la vida espiritual que estarán siempre presentes en nuestras vidas pues somos muy, muy humanos, vivimos como seres espirituales una aventura humana.